Adolescencia

Los fenómenos culturales que generan las plataformas de streaming suelen tener una forma frívola, de desconexión y entretenimiento. Nos hemos acostumbrado a devorar historias en maratones de 48 horas y discutirlas hasta el cansancio en redes sociales, pero rara vez se nos quedan pegadas en la piel. Game of Thrones, El juego del calamar… hits que nos tuvieron al borde del asiento, pero que, en esencia, fueron como fuegos de artificio: espectaculares, brillantes y fugaces. Pero de vez en cuando, aparece algo que hace ruido en otro nivel. Algo que no solo atrapa la atención, sino que reabre una herida que, convengamos, no tiene nada de nuevo. Ese fue, en mi caso, lo que me ocurrió con la reciente Adolescence.

“Cuando se tiene miedo a alguien es porque se le ha dado poder sobre uno. Por ejemplo, hemos hecho algo malo, y el otro lo sabe y tiene entonces poder sobre nosotros. ¿Comprendes? Es muy fácil, ¿no?… Me pregunto, si existe algo así como esos otros que tanto nos evalúan, ¿desde qué posición lo hacen? ¿Qué valor tienen estas personas, de por sí, si no es en relación al valor que uno mismo les atribuye?”.

Hermann Hesse escribió estas palabras en Demian, en 1919, luego de la Primera Guerra Mundial. Nacido en 1877 en Calw, Alemania, en el seno de una familia protestante con una brújula moral rígida y una biblioteca bien surtida, Hesse era un niño dócil… hasta que dejó de serlo. Escapó de un internado teológico, intentó suicidarse en la adolescencia y pasó por un sanatorio antes de decidir que lo suyo no era la obediencia, sino la literatura.

La vida de Hesse fue, en muchos sentidos, un largo viaje iniciático. Con la mirada puesta en Oriente y el espíritu de un bohemio europeo, se movió entre librerías, monjes budistas y noches de insomnio repletas de preguntas. Cuando publicó Demian bajo el seudónimo Emil Sinclair, había pasado por una crisis nerviosa, un divorcio y una guerra mundial que le dejó un asco irremediable por el nacionalismo. Sus personajes, siempre en busca de algo más grande que ellos mismos, eran su propio reflejo. En esta novela se narra cómo la niñez del protagonista se desgarra a los 10 años, producto de una mentira ante un bravucón de su escuela que termina intimidándolo de las formas más crueles.


El adulto Hesse


Después vino Siddhartha, el libro que terminó de consagrarlo como el gurú literario de los inconformes. En los años 60, mientras los hippies peregrinaban a la India con Siddhartha bajo el brazo, Hesse era el viejo sabio en las sombras, alejado del ruido del mundo, cultivando su jardín en Montagnola, Suiza. Nunca fue un rockstar, pero sus palabras tenían la misma potencia de una guitarra distorsionada en el momento justo.

Fue por aquel entonces, en 1969, cuando Tommy irrumpió en la escena, la ópera rock de The Who cuyas letras fluyeron de la pluma de Pete Townshend.

Townshend nunca fue solo el guitarrista de The Who. Fue su arquitecto, su conciencia atormentada, el tipo que escribía canciones con la furia de un adolescente en llamas y la precisión de un relojero suizo. Nació en 1945, en una Inglaterra todavía marcada por las cicatrices de la Segunda Guerra Mundial, y creció en un hogar donde la música lo era todo. Su padre tocaba el saxo, su madre era cantante, y él encontró su voz en la guitarra. Pero Townshend no quería solo tocar: quería romper cosas.


El adulto Townshend


Y lo hizo. Cuando The Who emergió en los años 60, él fue el primero en destrozar su instrumento en el escenario, convirtiendo la furia juvenil en un acto ritual. Pero no era solo una cuestión de actitud: detrás de cada golpe de guitarra había una mente inquieta, un narrador obsesionado con la identidad, la alienación y la búsqueda de significado. Tommy, su ópera rock de 1969, no era solo la historia de un niño sordo, mudo y ciego, sino un grito de auxilio disfrazado de espectáculo.

El joven Tommy es llevado a una liturgia donde se adora a Marilyn Monroe y se comulga con pastillas y Johnny Walker con el fin de salvarlo mediante los pecados de sus mayores. Es maltratado por un primo con quien lo dejan a cargo y abusado por un tío borracho en las mismas circunstancias. También es llevado con una prostituta encarnada por Tina Turner para convertirlo en un hombre y curar su aislamiento, y finalmente con un Jack Nicholson devenido en prominente doctor. Así se retrata una suerte de ritual de iniciación aparentemente necesario para convertirse en adulto y absorber la violencia, el sexo y la soledad como articuladores de la vida adulta.

“Estas caras vacías no nos enseñan 

Tu libertad no nos alcanza 

La iluminación se nos escapa 

La vigilia no nos forma 

¿Cómo puede toda esta trivialidad llevarnos a la meta que alcanzaste? 

Vinimos para ser como tú 

Para encontrar el mundo que alcanzaste”

La broma nos ha salido cara, pues parece que no importan los niveles socioeconómicos: se adolece en el primer o en el tercer mundo. Basta ver las noticias para dar cuenta de que el ritual ha cambiado y, sin embargo, mantiene su naturaleza intrínseca: la de salir de la niñez para saltar a la adultez, como si eso se pudiera lograr con ciertos actos que nos invisten de una nueva categoría, un nuevo ente. Cada día mueren más jóvenes en ese intento por ser alguien o algo.

Fui educador de jóvenes en situación de vulnerabilidad, como se les dice en estos días. En una instancia, una joven se me acercó pidiéndome que la acompañara a la parada de ómnibus, ya que su pareja le envió una foto empuñando un arma de fuego. Por denunciar esto, la institución a la que pertenecía fue desalojada del lugar donde se dictaban los cursos por haber acudido un móvil policial. Jamás me arrepentiré por ello, aunque nunca comprenderé bien los resultados. 

Quizás la clave siga residiendo en el truco que los adultos les ocultamos a los más jóvenes: no existe una solución. Ninguno sabe realmente qué significa ser en el mundo, sin importar la edad que tengamos. Es un rompecabezas que debemos armar a diario, sin una respuesta definitiva. Pero ¿cómo vamos a tener semejante acto de sinceridad ante nuestros jóvenes, ante nuestros hijos, si ni siquiera somos capaces de tenerlo ante nosotros mismos?




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