En una marcha el colectivo deja por unas horas sus actividades cotidianas, haga huelga o no para ello. La rutina se deja de lado, se rompe, muchas veces de forma espontánea, otras con muchísimo tiempo de organización. Se genera un espacio y un tiempo distintos, nuevos, diversos y libres. Los roles del laburo, de la casa, de los cuidados se enarbolan en ese momento poniendo el cuerpo en el grito, en el reclamo. Nos encontramos con otras más allá de cualquier etiqueta.
Ana Esther Ceceña dice:
Romper los moldes, aunque sea circunstancialmente, y encontrarse sin prejuicios y sin guiones prediseñados, permite establecer nuevos vínculos, nuevas complicidades y nuevos sentidos. Estar en el terreno de lucha permite inventar y construir; auspicia nuevos aprendizajes nutridos de las experiencias de los viejos luchadores, de anteriores experiencias y sensibilidades, y de las nuevas ideas que permiten profanar los santuarios del poder. En el espacio de lucha se observa de otro modo -desacralizado- el comportamiento de los oponentes para descubrir sus intenciones y desmontar sus ofensivas, se aprende su lógica para eludir sus telarañas y sus paradójicos efectos hipnóticos.
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