Allá por los 80, si eras niño, había una hora determinada en la que tus padres te mandaban a la cama, seguramente porque era el momento para ellos de disfrutar un rato de entretenimiento mundano, poco digno de un menor de edad. En aquel entonces, era común que, tras alguna empalagosa pieza melódica dedicada al dios Morfeo y acompañada de dibujos animados, se cruzara un Rubicón ideológico: la diversión adulta comenzaba. Hasta el más sano de los programas desplegaba algún sketch humorístico donde un par de señores campechanos se jactaban del disfrute de los atributos de alguna joven ligera de ropa.
En los 90, y aun en la década siguiente, la cosa no era muy distinta: había tres pilares del humor, al menos en estos lares; reírse de la mujer, de los homosexuales y de los políticos. De alguna manera, la mujer ha sido puesta a prueba a través de una mentalidad binaria y básica: o se la venera por un talento destacado o se la alaba por algún encanto sobresaliente. Si se puede conjugar ambos, mejor.
Billie Eilish, cuyo nombre real es Pirate Bird (elegido por su hermano y productor Finneas), nació en una familia de artistas. Sus padres decidieron educarla en casa para que pudiera desarrollar su talento natural. Y el experimento salió bien.
Desde que irrumpió en la escena musical con Ocean Eyes, quedó claro que no era una estrella pop convencional. Con apenas 14 años, su voz etérea y un sonido minimalista la convirtieron en un fenómeno viral. Pero lo suyo no fue un golpe de suerte.
Su álbum debut, When We All Fall Asleep, Where Do We Go? (2019), una mezcla oscura de susurros inquietantes y bajos atronadores, redefinió el pop y la convirtió en la artista más joven en arrasar en los Grammy con cinco premios principales en una sola noche. Su estética gótica, oversized y despreocupada fue la antítesis de las divas prefabricadas, atrayendo a una generación que encontró en ella la voz de la ansiedad y el desencanto moderno.
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Simplemente Billie Pirate Bird |
Con Happier Than Ever (2021), Eilish demostró que su éxito no era el de una one-hit wonder. Se despojó de la imagen sombría para explorar un sonido más maduro y confesional, cargado de desamor, vulnerabilidad y los problemas de la fama. Mientras la industria intentaba encasillarla, ella se reinventó, desafiando los estándares de belleza y las expectativas del Pop. Desde su histórico tema de James Bond, No Time to Die, hasta su presencia en festivales como Glastonbury y Coachella, Eilish ha probado que no sigue tendencias, las crea. Y con cada susurro convertido en himno, sigue dejando en claro que el futuro del pop se escribe en minúsculas, pero con impacto colosal.
En una industria donde las mujeres suelen ser moldeadas a conveniencia, Eilish desafió las normas al vestirse con ropa holgada, evitando ser sexualizada. El mensaje era claro: la mujer no tiene por qué encajar en las expectativas de la industria ni de las redes. Con el tiempo, al elegir mostrar su cuerpo en sus propios términos, volvió a enfrentar críticas, dejando en evidencia la doble moral imperante.
Pero pensar que esto es exclusivo de nuestros tiempos y que las redes son el yugo supremo contra las mujeres es ignorar la historia. Desde la marginación de la actividad política en la Antigua Grecia hasta la caza de brujas, los ejemplos abundan. En el último siglo, cuando creemos haber avanzado en igualdad de género, la vida de Agatha Christie ilustra que no hacía falta un teléfono celular para dañar la imagen de una mujer por ser independiente y exitosa.
Antes de convertirse en la reina indiscutida del misterio, Christie atravesó su propio laberinto con Minotauro y todo. En la década de 1920, publicar siendo mujer no era tarea fácil. Su primera novela, El misterioso caso de Styles, fue rechazada varias veces antes de ver la luz. Sin embargo, su mayor enigma no estaba en sus libros, sino en su propia vida: en 1926, tras el fracaso de su matrimonio, desapareció por 11 días en un episodio que aún hoy genera teorías.
Su marido decidió dejarla por una mujer diez años menor, la secretaria de uno de sus amigos. Le pidió el divorcio y se fue de fin de semana con su nueva pareja y aquel grupo de camaradas. Agatha discutió con su ya exmarido, dejó una nota a su secretaria diciendo que marchaba a Yorkshire, se aseguró de que su hija de siete años dormía y se subió a su coche.
Días después, su vehículo apareció abandonado al costado del camino, con sus pertenencias dentro. Ni rastro de ella. Sir Arthur Conan Doyle, intrigado por el caso, llegó a entregar un guante de la escritora a una vidente, con la esperanza de obtener alguna pista sobre su paradero. Mientras tanto, la prensa se entregó al espectáculo: teorías, especulaciones, titulares cada vez más sensacionalistas.
Once días después, la verdad salió a la luz. Agatha estaba alojada en un hotel bajo el nombre de Teresa Neill, el de la amante de su esposo. Afirmaba haber llegado recientemente de Sudáfrica y leía en los periódicos sobre su propia desaparición como si se tratara de otra persona. Se había disociado. Solo tiempo después pudo reconstruir lo ocurrido: había salido de su casa con la intención de cometer una locura. Perdió el control del coche, creyendo que se dirigía a un precipicio. Se salió de la carretera y, desde ese momento, dejó de ser ella.
La prensa la destrozó. La acusaron de haber montado un acto publicitario para ganar notoriedad, y aunque su fama creció, la explicación más probable es que sufrió una fuga disociativa producto de un dolor insoportable.
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Portada anunciando la desapariciòn de "mujer novelista" |
Pero Christie logró lo impensado: convertirse en una de las escritoras más vendidas de la historia, desafiando la creencia de que la literatura policial era territorio de hombres. Creó personajes como Miss Marple, cuya astucia superaba la de sus colegas masculinos, simbolizando la inteligencia femenina en un mundo que la subestimaba.
Y al final, cuando ya era una leyenda y la fama no le pesaba tanto, unos amigos la invitaron a una excavación en Oriente. Allí conoció a un joven arqueólogo, quince años menor que ella. Con humor, diría después: “Cásate con un arqueólogo… cuanto más envejezcas, más atractiva te verá”.
Ese matrimonio duraría hasta el final de sus días.
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Agatha en Egipto |
Tanto Eilish como Christie fueron presionadas para adaptarse a moldes preexistentes. Mientras una enfrentaba el peso de ser un fenómeno juvenil en la era digital, la otra debía demostrar que una mujer podía ser una maestra del suspenso. La fama es un arma de doble filo: puede dar voz o silenciar. En el caso de Eilish, se convirtió en altavoz de una generación que cuestiona los estándares de belleza, la salud mental y el consentimiento. En el de Christie, le permitió narrar historias donde las mujeres eran protagonistas de su propio destino en una época donde esto era impensado.
El 8 de marzo no es solo una fecha en el calendario, es un recordatorio de las batallas que aún quedan por librar. Billie Eilish y Agatha Christie, desde mundos distintos, evidencian que el desafío de ser mujer no ha desaparecido, solo ha cambiado de forma.
Si en el pasado una escritora debía ocultarse tras seudónimos o demostrar que su intelecto valía tanto como el de un hombre, hoy una cantante aún debe lidiar con la mercantilización de su imagen. La lucha sigue, pero cada historia, cada voz, cada canción y cada novela escrita por una mujer son pruebas de que el misterio de la desigualdad, poco a poco, está siendo resuelto.
Hoy pienso en mi hijo y en la imagen que debe percibir del mundo, un mundo en el que nació y seguirá viviendo bajo mandatos de mujeres vicepresidentas y, espero, pronto también presidentas. Espero que, al mirar hacia atrás, reflexione y sienta la misma vergüenza que yo siento por las risas vertidas ante una pantalla mientras se decían burradas sobre la mujer y sus atributos físicos, con la sutileza de una granada de mano. Y que piense como lejanos en aquellos días en los que se golpeaba y mataba a mujeres por celos o, simplemente, por un profundo sentimiento de inferioridad.
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