En este primer encuentro en la vereda de este nuevo año, le propongo un ejercicio diferente, solo por esta ocasión especial: busquemos un punto de encuentro no entre autores de distintas disciplinas, sino entre dos obras de diferentes artes que, aunque separadas en forma y temporalidad, comparten un espíritu similar. Ambas desarrollan su visión de una manera única, dejando una huella en la cultura y generando potentes reflexiones sobre nuestro pasado, presente y futuro.
Me refiero a la película The Brutalist, del cineasta Brady Corbet, quien, con tan solo 36 años y luego de haber comenzado su carrera como actor en papeles interesantes, se volcó a la dirección a los 25, alcanzando ya una madurez y maestría que solo puedo comparar con la realización de un disco icónico, también nacido de una paternidad semejante: The Wall de Pink Floyd.
Ambas obras esconden, en sus respectivas oberturas, una truculenta contradicción. The Brutalist comienza con una secuencia confusa que nos mete en la piel del protagonista abriéndose paso hacia la imagen de la Estatua de la Libertad, símbolo de esperanza. ¿Es el fin o el comienzo de algo? De manera similar, la canción inicial de The Wall, "In the Flesh?", envuelve al oyente en una épica circense que, como el maquillaje de un murguista con su lágrima, disimula un golpe brutal que el agresor pretende ocultar hasta el último momento para maximizar su impacto.
Tanto la ópera rock como la película tienen como tema central la deshumanización, producto, en ambos casos, del trauma generado tras la Segunda Guerra Mundial. Lamentablemente, hoy parecemos sufrir no tanto por el horror de la guerra, sino por la idiotez de un mundo vacío, que nos promete un disfrute constante que nunca terminamos de alcanzar. El brutalismo arquitectónico, del cual es exponente el protagonista encarnado por el brillante Adrien Brody, se caracteriza por líneas duras, monolíticas y sin adornos. Del mismo modo, el disco de la banda británica describe un aislamiento y una soledad devastadora, con un protagonista que ha perdido a su padre en la guerra y se encuentra atrapado en un mundo funcional y carente de afecto, como los edificios brutalistas. Tanto László como Pink –el alter ego de Roger Waters– están atrapados por estructuras físicas y mentales que los oprimen. Ambos construyen muros, ya sean de concreto o psicológicos, que los alejan de todo lo que aman en nombre de lo que se supone deberían amar.
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Pink en su proceso de alienaciòn |
Ladrillo a ladrillo, The Wall se erige como una de las exploraciones más desgarradoras sobre el aislamiento, la opresión y la autodestrucción en la historia del rock. Más que un disco, es una arquitectura sonora en la que cada canción es un bloque de hormigón en la construcción de una prisión emocional. El desenlace con "The Trial" y "Outside the Wall" rompe la estructura, derribando el muro y dejando al protagonista expuesto. Aquí surge la gran pregunta: ¿derribar el muro significa libertad o solo la caída en otro tipo de vacío? La misma ambigüedad pesa sobre la historia de The Brutalist, donde los espacios que se pretendían refugios terminan siendo cárceles. En ambas obras, el muro no solo divide, sino que define a quien lo construye.
Mientras que The Wall se ocupa del sufrimiento generado por las instituciones –la familia, la escuela, la pareja y, finalmente, el trabajo como cúspide de los espacios donde nos construimos y nos destruimos–, The Brutalist pone el foco en el ejercicio del poder económico, en la capacidad del tirano y perverso patrón para someter simplemente porque puede. Ambas obras muestran cómo toleramos el dolor hasta que estallamos, cómo la realidad nos enferma mental y físicamente. Pero al menos, la moraleja es clara: el sufrimiento nos alcanza a todos, y al final, solo queda en pie quien puede dormir tranquilo con su conciencia.
Y, sobre todas las cosas, aquel que decide negarse a ser un ladrillo más en el muro.
En la canción “Mother”, se revela también el constante sentimiento de vigilancia, introyectada, autoinfligida, en la frase: "Mamá siempre sabrá dónde has estado." El ojo del Gran Hermano, nuestra propia mirada crítica, amplificada hoy por los otros virtuales que nos observan sin importarles un carajo quiénes somos, pero de los cuales pretendemos la absoluta aceptación. ¡Qué vigencia! Todo lo que hacemos repercute en nuestro fracaso o éxito. Pero también advierte que esa madre nos ayudará a construir el muro en el que terminaremos encerrados. Y luego surge la pregunta: "Mamá, ¿ella será peligrosa para mí?" Al final, la verdadera cuestión es si somos capaces de soportar el peso que el mundo impone sobre nuestras propias expectativas.
No voy a molestarme en detallar cada aspecto técnico del film que personalmente creo es el mejor del año; basta con decir que el guion, la dirección y la ejecución son tan brillantes como frescos. Lo que hace que esta película sea realmente trascendental es su capacidad para capturar una vida y un momento, haciéndolos imperecederos y transmutables a cualquier época. De la misma manera, los himnos de Pink Floyd son conocidos incluso por quienes no han explorado la vasta trayectoria de la banda.
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El personaje de Brody |
El edificio que se plantea como eje de la trama es, posiblemente, la vida de cualquiera de nosotros. A su alrededor orbitan los actores necesarios para construirlo, los mismos que también existen en todas nuestras vidas. Eso la convierte en una película que, gane lo que gane, no necesita más reconocimiento que su propia existencia. Es tan importante la suerte como la preparación, el sufrimiento como el gozo. ¡Una mierda! Todo da lo mismo, y al final pasa lo que tiene que pasar. Mientras unos deambulan en trance, deleitados por alguna intermitente e intensa alegría, sortean los pies de algún adicto desparramado en la vereda, que quizás pronto muera sin fortuna alguna… o cambie de lugar, más pronto que tarde, con el alegre abombado que lo esquivó.
Nada importa, pero sufrimos, porque esa nada es lo único que nos pertenece. Y lo único que pedimos es existir, ser amados y apartados del dolor, aun sabiendo que es el sentimiento más común, la moneda de cambio más usada en cada una de nuestras transacciones humanas.
Como la palanca de Arquímedes, The Brutalist subvierte uno de los clichés más repetidos en la era del disfrute. Quizás este sea también uno de los mensajes más poderosos de The Wall: no importa lo que quieran venderte, "lo importante no es el viaje, es el destino".
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