De la tierra paraguaya teñida de rojo... sangre


El segundo día del mes de enero del lejano 1865 caía el último escollo que se le presentó a Venancio Flores y a su “Cruzada Libertadora” para hacerse del poder. Un mes y dieciocho días después de la caída sanducera, el colorado Flores atenta contra el poder constitucional y hace su entrada en Montevideo.

Sabemos que su gesta no fue ajena a los apoyos de los gigantes del continente y como, por supuesto, nada es gratis en la vida (ni en la guerra), más temprano que tarde, llegaría la hora de pagar los favores recibidos… de la peor manera.

Cuatro meses después de dar el golpe de estado, Venancio Flores ordena reclutar 250 hombres por departamento y así conforma un ejército de 5000 efectivos a los que él mismo comanda para llevarlos a un destino en el que perdería muchas vidas y ganaría una vergüenza eterna.

La Guerra de la Triple Alianza, sería ese destino, un conflicto en donde el ejército oriental aportaría en una bochornosa coalición (¡¡¡y miren que hay coaliciones bochornosas!!!) con balas y sangre para perpetrar una profunda herida en el corazón mismo de nuestra América del Sur, atacando y casi destruyendo completamente al Paraguay y su gente.

Las causas reales de esta guerra son un laberinto de ambiciones personales, rivalidades geopolíticas e intereses económicos. Algunas la sitúan en tiempos en el que nuestro país padecía la rebelión de Flores contra el presidente Berro primero y Atanasio Cruz Aguirre después. Precisamente mientras esa rebelión se llevaba a cabo en nuestro territorio, Paraguay ya estaba en los albores del conflicto con el imperio brasileño y los porteños. Lo acontecido en Paysandú, fue un preámbulo de lo que se desató en tierras guaraníes por el lapso de casi seis años.

El Paraguay, presidido por el Mariscal Francisco Solano López, era, si bien no perfecto, un ejemplo bastante particular de prosperidad y franco ascenso. El país era dueño de una economía autosuficiente, un ejército bien entrenado y una sociedad relativamente igualitaria, con un ferrocarril propio, educación técnicamente gratuita, telégrafos y desarrollo independiente de auxilios extranjeros. Había logrado además consolidar una muy buena relación con el Uruguay de Prudencio Berro. Estas congruencias hicieron que las potencias de la cuenca del Plata; se pusieran, por decir algo, un poquitín nerviosas. Tires y aflojes, escaramuzas disfrazadas de conflictos limítrofes e intromisiones fueron llevando poco a poco al aumento de tensiones regionales y todo decantó, para sorpresa de nadie, en conflictos armados. De este contexto nuestro país no era ajeno y mientras se debatía en luchas intestinas lideradas por Flores, la Guerra más grande que conocería el cono sur, venía pidiendo pista.  Con la pretensión de evitar las intromisiones extranjeras en el conflicto que padecía Berro, el Mariscal paraguayo sale al cruce y advierte, tanto a Brasil como a Argentina que cualquier agresión de éstos al Uruguay sería considerado “como atentatorio del equilibrio de los Estados del Plata”. La pretensión fue imposible y las fuerzas brasileñas invadieron y ayudaron a los rebeldes colorados que con sus banderas rojas adornadas de cruces católicas, atacaron y destruyeron Paysandú.

Ese detonante, en forma de intervención brasileña en Uruguay de 1864, propició un movimiento que Solano López interpretó como una amenaza directa. Decidió actuar, primero capturando un barco brasileño y luego invadiendo la provincia argentina de Corrientes. Fue una jugada audaz, pero también catastrófica, pues dio la excusa perfecta para que sus enemigos en vez de negociar,  desencadenaran una alianza entre Brasil, Argentina y un gran convidado de piedra que no tenía nada más que hacer que pagar los múltiples favores: nuestro Uruguay. La suerte estaba echada, con esa triple unión se selló el destino de Paraguay y la Guerra Guasú lo llevaría al colapso.


La guerra, no importa dónde, ni cuándo o cómo, siempre se configura como un cataclismo, una sucesión de tragedias y calamidades. Con Paraguay, a pesar de su valor y resistencia, no fue diferente.

La consigna de Bartolomé Mitre, presidente de Argentina rezaba: “en 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en 3 meses en la Asunción”… esos tres meses se transformaron en más de cinco años de una guerra de aniquilación, de derramamiento de sangre, de barbarie, de muerte.

Como nuestro Salsipuedes, Quinteros y tantos otros hechos que nuestra historia ha tratado de barrer bajo la alfombra, la Guerra del Paraguay ha sido para todo el cono sur, una mancha roja, mancha color sangre de la  ignominia y la deshonra.

De ella estaré escribiendo el próximo viernes, con más detalles e incluso con más registros, de toda esta disputa en la que participamos haciendo mandados de muerte, volviéndonos como dice el Profe Borges  en "los malos de la película".  





Comentarios

  1. Una guerra que la que nos avergonzamos mucho haber participado.
    Asunción fue la "madre de ciudades" de la cuenca del plata, las que se fundaron en cadena sobre el Paraná y el interior argentino, hasta la misma Buenos Aires. Una ciudad donde el mestizaje se dio en mayor grado y "armonía" (con todas las comillas que les quieran poner) entre los guaraníes y los españoles, gracias en parte al estar lejos de las zonas metalíferas y de la costa. Una ciudad referente en la época de la colonia, luego reemplazada por Buenos Aires muchos años después, poco antes de la "revolución".

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  2. Es una mancha de sangre, roja e indeleble en nuestra historia. Que no por triste hay que olvidar ni permitir que se barra bajo la alfombra.
    Y para no confirmar prejuicios Tatanka no solo es el que dice mucha malas palabras :)
    Gracias por compartir!

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