Iglesia de Paysandú, 1865. Archivo Biblioteca Nacional de Uruguay.
Como vimos en la última entrega, Venancio Flores invade al Uruguay exactamente treinta y ocho años después de la cruzada liderada por Lavalleja, autoproclamándose como libertador del país y en defensa de la supuestamente ofendida iglesia católica. Sobre sus espaldas, el sutil beneplácito mitrista de Argentina y el alevoso apoyo del imperio brasilero. A su avance, la revolución que decantó en golpe de estado, iba sumando adeptos y pueblos derrotados… solo restaba uno, el defendido por Leandro Gómez.
Jefes y Oficiales del Batallón Unión de Guardias Nacionales 1864. Archivo B.N.U.
En aquellos tiempos de cruzadas el entonces Coronel Mayor Leandro Gómez fue designado al interior a enfrentar a Flores y compañía. Primero bajo las órdenes del General Diego Lamas se enfrentaron a los revolucionarios en Salto, pero luego se le encomienda custodiar y defender la ciudad de Paysandú. Para diciembre tanto Gómez como el pueblo sanducero fueron testigos del arribo de las fuerzas invasoras el primer día del mes. Es 1864 y las campanas de la iglesia no dejan de sonar, pero ya no llaman a misa… más bien anuncian que la muerte viene con banderas coloradas adornadas con cruces.
Un ultimátum es enviado: “El abajo firmado, General en Jefe del Ejército Libertador, pone a usted de plazo para la entrega de la plaza, con su guarnición y todos los elementos de guerra que ella contiene, hasta pasado mañana día 5 de los corrientes a la hora de salir el sol. (…) Vencido el plazo fijado y procediendo en seguida al ataque, usted pagará con su vida las consecuencias y desastres que puedan ocasionarse (…) Dios guarde a usted muchos años. Venancio Flores”
La respuesta fue contundente: “Cuando sucumba”
Ya no había más nada que decir, solo afrontar a miles con esa especie de milicia hecha de retazos. Algunos pocos soldados junto a hombres y mujeres, jóvenes y viejos, y un montón de manos que hasta ayer nomás agarraban azadas, hachas, agujas, hoy, agarran fusiles, palos, piedras y cualquier otro elemento que les sea útil para resistir.
"El comandante de la plaza, sin murallas, la preparó para soportar. Este hombre enjuto y de pocas palabras, según las crónicas, no cedería un ápice al enemigo, al “…asesino y traidor Flores”; pues prefería quedar sepultado en las ruinas de Paysandú antes de “ ...ver deshonrado el Pabellón de esta pobre patria”
Cumpliendo la amenaza, para el día 6 de diciembre comienza la lluvia de balas y cañonazos. Apenas un millar se enfrentaba a 20.000 soldados por tierra y agua. Los relatos de la época hablan de “treinta y tantas bocas de fuego vomitan sus proyectiles sobre nosotros” y sin embargo las trincheras de la defensa resistían y no dejaban que el ejercito invasor se hiciera de la ciudad. La torre bautizada Baluarte de la Ley, aún permanecía y los intentos de colorados y brasileros eran caducos.
Fueron pasando los días y el imperio de Brasil y los colorados uruguayos recrudecían los ataques con sus cañones, sus barcos, sus ejércitos de miles. El resultado siempre el mismo: la ciudad, o lo que quedaba de ella, aún en pie.
Capitanes de la Defensa de Paysandú. 1864. Archivo B.N.U.
Día a día, el sitio de Paysandú se convierte en una danza macabra con la muerte como gran protagonista. Durante semanas, las calles de Paysandú dejan de ser de adoquines y barro para volverse un campo de batalla, una tierra quemada y mutilada. Las casas ya no son casas, son trincheras. Las plazas ya no son para pasear, son donde los niños, que ya no juegan, ayudan a llevar municiones, o curan heridas con trapos sucios. Entre la sangre y el humo, las mujeres de Paysandú también luchan. Cocinan, curan, disparan. No había distinción entre el que empuñaba un fusil y el que cargaba un balde de agua. Todos eran soldados, todos eran parte de la defensa.
La intensidad de los ataques del ejército invasor no se aplaca, todo lo contrario. Y a cada nuevo bombardeo, cada reiterado tiroteo, más vulnerada era la defensa, esa que hoy emparentamos con la hazaña. El poder de fuego de Gómez y los suyos es cada vez más débil, los alimentos escasean, el agua se pudre y los cuerpos caen y se amontonan. Es solo cuestión de tiempo.
Tiempo que corre y trae consigo un nuevo año pero con éste, llega lo peor: arriban miles de hombres al mando de Mena Barreto de Brasil y con ellos más bombas, más balas, más violencia. Más de 50 horas de combate y los muertos apilándose, ya que no era posible darles correcta sepultura. Ante la situación, Gómez y sus hombres de confianza solicitan tregua a Flores, pero la respuesta fue negativa y entre cabildeos y análisis de la situación, por la infinidad de boquetes de la ciudad, se infiltran soldados invasores para poner bajo su poder a los líderes de la resistencia. El recientemente ascendido General Leandro Gómez es capturado y un 2 de enero de 1865, finalmente, la ciudad cae.
El destino del heroico defensor de Paysandú estaba sellado. Si bien cae en manos brasileras, hombres de Flores exigieron a éstas los prisioneros y como si no hubiera sido suficiente tanta muestra de ferocidad, los compatriotas del General Gómez, en quienes aún sonaban los ecos de Quinteros, se cobraron con un terrible fusilamiento aquella deuda gestada siete años atrás.
El General Leandro Gómez es “...acribillado a balazos y después hecho trizas a puñaladas hasta dejarlo completamente desfigurado”. Similar fin tuvieron los hombres que lo acompañaron, ascendiendo la cuenta a cien fusilados que debieron soportar previamente torturas varias. Termina así violenta y abrumadoramente la gesta de la voluntad de unos pocos hombres y mujeres que con fusiles viejos y machetes oxidados se propusieron enfrentar la intransigencia colorada con todo un imperio detrás.
Finalmente las campanas de la iglesia dejaron de repicar, aunque lo ocurrido en Paysandú resonó más fuerte y más lejos que cualquier tañido y las consecuencias serán, para sorpresa de nadie, violenta... triste y vergonzosamente violenta.
Uno de los hechos más resonantes de la historia de este país. Demasiada avenida le dimos a ese traidor de Flores. Una recomendación que le agregaria a esta notable crónica seria la novela de Mario Delgado Aparaín "No robarás las botas de los muertos"
ResponderBorrarGran gran recomendación Diego, he leído algún fragmento de la obra y hay descripciones tremendas que pintan mucho mejor que uno la ferocidad de aquellas épocas. Tarea pendiente conseguir la novela. Gracias por leer y el consejo literiario. Abrazo.
Borrarque buenas fotos! a ver si alguna pregunta del preguntin viene de aca..
ResponderBorrarTremendas, retratan lo que fue el calvario que vivieron aquellos hombres, mujeres y niños durante todo un mes. Gracias por leer y comentar. PD/ Sobre el Preguntín eso ya es con el Sr. Director jajajaja. Abrazo
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