Abranlos bien...

¿Cómo mirar una película realizada por uno de los directores que más admiro, el cual hace 30 años que no estrena nada? Inevitablemente, va a estar el riesgo de que no me guste, de que me defraude, de que haya sido inútil la espera. También inevitablemente, yo espectador, le voy a cargar a una sola peliculita la pesada obligación de compensarme por esas tres décadas perdidas sin ni una obra de Victor Erice, el director en cuestión. 


 

“Cerrar los ojos” es el cuarto largometraje del vasco Erice, lo cual no sería extraño si no fuera porque el cineasta tiene 84 años (no los parece) y su último estreno había sido un documental llamado “El sol del membrillo” en 1992. Demasiado silencio para alguien tan talentoso, que antes de eso había sacudido al cine español con un film insólitamente poético contra el franquismo y una sorda aproximación a todo lo que se había perdido en la España que había soportado tantas décadas de autoritarismo. Lo había hecho con una poesía auténticamente cinematográfica, una sutileza y una amplitud de sentidos que parecían ser dos documentos definitivos sobre el alma de una nación destrozada y silenciada.


“El espíritu de la colmena” (1973) es una película que hace mucho que no veo y que parece ser a primera vista una más de esas que representan simplemente a una familia viviendo en el campo en tiempos franquistas. Pero la niña protagonista (la debutante Ana Torrent, quien pronto se haría famosa con otra obra mayor, “Cría cuervos” de Saura), queda impresionada con la visión de “Frankenstein” (1931) de Whale y posteriormente cree encontrarse con el monstruo, una de las escenas metafóricas más hermosas de la historia del cine (sí, ya sé que Frankenstein es el doctor y no el bicho).         


 “El sur” (1983), hecha con la democracia totalmente restaurada, es menos política –en forma directa, por lo menos- y más sugerente. Su anécdota es casi más minimalista y trivial que la anterior, pero guarda un misterio que nunca se revelará: hay toda una historia en el padre de la protagonista (aquí una adolescente) que tiene al sur del país como si fuera un lugar utópico, un paraíso al que no ha podido volver o donde ha perdido algo fundamental en su vida. Es sabido que se filmó como la primera parte de un díptico donde Erice lo culminaría contando cómo la hija viajaría al sur del título para reconstruir la historia paterna. “El sur” tuvo éxito de crítica y de público, pero el productor se negó a filmar la segunda parte.


Siendo considerado como uno de los más grandes directores europeos con apenas dos largometrajes, Erice recién volvería a estrenar 9 años después con la citada “El sol del membrillo”. Inicialmente era una serie más prolongada sobre pintores que se canceló, pero el director mantuvo una amistad con el pintor hiperrealista Antonio López, que derivó en que se pusiera a filmar su interés en pintar el árbol del título, sin libreto y con un equipo de trabajo ínfimo. Sin ningún énfasis ni artificio, el director vasco consigue una lúcida observación sobre el carácter del arte, incluyendo su propia imposibilidad de recrear la realidad. 


Parecía que Erice se tomaba siempre 9 o 10 años para realizar un film, que siempre resultaba una maravilla. Cuando circuló la noticia en 1994 de que estaba preparando una adaptación de “El embrujo de Shangai”, una novela de Juan Marsé ambientada en la posguerra española, nos frotamos las manos. Sin embargo, luego de 5 años el proyecto terminó en las manos de Fernando Trueba, quien realizó una adaptación absolutamente convencional.

 

En estos 30 años en que lo estuve esperando, en realidad Erice siguió trabajando. No sólo en su actividad principal de profesor de cine, sino también realizando cortometrajes más o menos experimentales y participando en algún film colectivo (“Ten minutes older”, “Centro histórico”) que a veces traen momentos interesantes, pero que no son lo mismo que lo que todos queríamos ver: un film completo de Victor Erice. Finalmente llegó, pasó por festivales, se estrenó y está en carteleras montevideanas. 


Empiezo a ver “Cerrar los ojos”. Pienso en todas las cosas que pasaron desde ese 1993 o 1994 en que vi el último estreno de Erice –que en realidad no se estrenó, la pasaron Cinemateca y el canal Space- me pregunto si se repetirá, si hará una de veteranos diciendo que el cine de antes era mucho mejor que el de ahora o si será un film de personajes mirando a la cámara recitando grandes frases filosóficas. Comienza con algo así como una escena quieta en una película de aventuras. Un judío poderoso le pide –en 1947- a un espía que encuentre a su hija perdida para despedirse de ella. Esa escena inicial está bien actuada, es trivial pero es más interesante que la mayoría de las escenas similares que se han hecho, porque está muy bien escrita. Pero enseguida nos damos cuenta que es el comienzo de una película que quedó inconclusa porque el protagonista que hacía de espía, un día desapareció.

 

(ALERTA DE SPOILER) El ya veterano director de aquella película inacabada –que nunca volvió a dirigir- es contratado por un programa televisivo para participar en un capítulo sobre la desaparición de su protagonista y amigo. Se reencontrará con gente de ese pasado (la hija del actor, que es la misma Torrent del “Espíritu…”; una ex novia de ambos, actuada por Soledad Villamil), regresará al sur (Andalucía) donde vive una vida casi de autogestión en una granja, sin horarios y sin contratos, hasta que finalmente (y sorpresivamente) la emisión del programa haga que encuentren al famoso Julio Arenas en un monasterio adonde ha estado esos 20 años luego de un ataque de amnesia o similar, internado como un enfermo neurológico sin documentos. No parece recordar nada de su fama ni de su hija hasta que ve la escena final de aquella película sin terminar. (FIN DE SPOILER)


La película dura casi tres horas y el director consigue en su largo recorrido hacer que esa vida que misteriosamente faltó en dos décadas, nos importe no sólo por el misterio de su desaparición sino por lo mucho que significó para familiares y amigos. Los demás siguieron adelante con sus propias vidas pero está claro que cualquier excusa –un programa de TV, en este caso- dispara un montón de preguntas que tienen que ser respondidas. La anécdota es simple y no de las más originales, pero a partir de ella Erice consigue reflexionar sobre el cine –incluyendo el propio con Torrent, el Sur y la idea de que esa película inacabada es su propia adaptación de “El embrujo de Shangai”- sobre la amistad, sobre el amor, sobre el propósito de la vida, sobre la vejez, sin discursos pesados y sin separarse de la naturalidad minimalista siempre interesante que es su marca de fábrica y su secreto. El maestro ha vuelto con una obra ídem.    


JAMÓN DEL DIOME

Según el ilustre jurado de los premios Graffiti, éste es el mejor videoclip uruguayo del 2024. Júzguenlo ustedes, después me cuentan de sus virtudes audiovisuales. Ni se molesten por las musicales. Se trata de Agustina Giovio feat. Luana (o al revés) con "Alienígena". Espero que en Noviembre cuando premien al mejor tema, anuncien algo mejor.


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SEAN LOS ORIENTALES TAN ENFERMOS COMO ESTÚPIDOS (XIV)

Luego de un progresivo crecimiento, un día la gente de Disse (el antecesor del actual Fonasa) decidió que no iba a imprimir más los recibos de todos los asociados de esa modalidad y que cada centro de salud tenía que tener computadoras con una base de datos de sus socios que permitiera buscar por nombre o cédula y confirmar que el paciente fuera socio vigente. La Española decidió salir a comprar unos PC 286 -estamos hablando más o menos de 1990 o 92-, equipos poco sofisticados y más bien baratos, una decisión compartible porque sólo los iban a utilizar para ponerle la citada base de datos. No se precisaba potencia ni memoria.

No recuerdo el número exacto de equipos, pero era entre 16 y 20. Yo tuve en mi poder la boleta de compra y comprobé con asombro que yo me había comprado un equipo mucho mejor por menos plata de lo que salía cada uno de ellos. Lo peor es que si alguien, representando a una empresa, va a comprar 20 PCs, se los rebajan aunque no quiera. No se necesita ser precisamente el rey de los negociadores para conseguir que te los vendan a menor valor que si vas a comprar uno solo.  

Entre 1985 y 2010 (y un poco después, también) he escuchado miles de acusaciones de que Magurno mordía en cada compra de la mutualista y que tenías que pagar la coima o quedarte sin ese cliente de 200.000 socios. No tengo ninguna prueba en mis manos de lo de los 286, pero es el único caso en que fui testigo directo de que algo no olía bien en Dinamarca, como decía Shakespeare, que se nos fue hace poco.

Párrafo aparte para los laboratorios: en los 80 eran LAS empresas en el país -en realidad, la industria de los medicamentos es de las más rentables en el mundo (entre las legales) luego del petróleo y las armas- y ser visitador médico equivalía a ser el yerno deseado por toda madre. Eso terminó para siempre cuando las mutualistas (ni idea cómo es la bocha con Asse) comenzaron a atrasarse abiertamente con el pago de la mercadería, cagando a los laboratorios que no pueden negarse tan fácilmente a seguir vendiendo aunque no cobren, por la naturaleza de lo que venden. Como todas -o casi- están atrasadísimas, no pueden pesetearlas aunque a veces cinchan un poco y atrasan las entregas hasta que vean un peso. En ese tire y afloje, siempre marcha el socio.


No sé ahora, pero en los mejores momentos del Welcome, cuando uno iba a su cancha llamada "Oscar Magurno Souto" y no "Oscar Moglia" (padre) o "Fefo Ruiz" como debería ser, se encontraba con que casi toda la publicidad en el gimnasio era de laboratorios. Que si no contribuían, nunca más entraban en la mutualista. Incluso, muchos jefes te vendían medio de prepo rifas a beneficio del equipo de la W. Otra vez, usando a la Española en beneficio propio.

Terminaré con el tema en la columna de la semana que viene, a modo de resumen. Permitanme contar lo que pasó en 1993. Se cumplían 50 años desde que el hombre había ingresado a la Institución y organizó una fiesta para celebrarlo, con su inconfundible estilo: mucho morfi y mucho whisky, pidiendo contribuciones "voluntarias" a todos los macanudos e invitando funcionarios que podían ir a chupar y lastrar gratis. Especialmente Servicio, su sector preferido -hoy desmantelado y tercerizado- a quienes se les decía sutilmente que iban a pasar lista si no iban, cosa que era mentira pero que impresionaba a muchos. Tenían miedo de que el Oscar se viera poco acompañado pero en realidad, todo el mundo quería figurar. Y llenar la panza de arriba.

Esa noche estuve de guardia en la Urgencia a Domicilio. Un médico que fue a la festichola pero además estaba trabajando por si se lesionaba algún comensal puso su enorme culo encima del Handy y tuvimos, con mi compañero de tareas, una lujosa transmisión de lo que se decía en una de las mesas donde había gente importante de la colectividad y escuchamos jugosos chismes. Habían dos ambulancias para trasladar a alguno que se sintiera mal y creí, equivocadamente, que iban a pasar una noche de lo más tranquila. Para nada. Estuvieron todo el tiempo transportando borrachos para Emergencia. Cuando era alguno conocido, nos avisaban (en clave) por radio para que viéramos en qué estado llegaban. Algunos, si se los mandábamos a Forestier, los enterraban de una sin preguntar.

Pero no todos fueron comas alcohólicos. Un directivo bailando le pegó una patada en la rodilla a la esposa de otro y la mandó a Emergencia. Para mí, era roja directa. Hubo también varias discusiones fuertes que terminaron a los sopapos, con influencia escocesa de por medio, me imagino yo. Gente bien, que le dicen.

Por esas épocas, nuestro héroe además organizaba comidas semejantes todos los años en el día del Funcionario Mutual -el 11 de setiembre, como ya se ha dicho acá- hasta que en una de ellas hubo un robo masivo en la Ropería del evento. Los amigos del Oscar, como decía él mismo.        

 

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