Ponerse los pantalones

 El dilema del huevo o la gallina

Hemos dejado de hacer cosas tan simples como ir a la pizzería del barrio, apoyarnos en el mostrador para esperar mientras disfrutábamos de un fainá y charlábamos con el tipo de la caja. Ahora, hartos de interactuar con una sucesión interminable de personas solo para conseguir algo tan básico como la cena, apareció una aplicación que nos ahorra todo ese engorro. Pero, ¿fue primero el cansancio por los demàs o la tecnología que nos ahorra el contacto?

Hemingway escribía en calzoncillos y de pie. Decía que era por el terror a la página en blanco, lo cual lo llevaba a deambular por las calles, seguramente en busca de un mojito. Puedo empatizar con lo del mojito, pero muy poco con salir al mundo a buscarlo.

Ese espíritu se reflejaba en sus obras, donde proyectaba paisajes exóticos y héroes mundanos. Desde las corridas de toros en España hasta los campos de batalla de la Primera Guerra Mundial, Hemingway se sumergió en experiencias que muchos solo soñarían con explorar. Su pasión por la caza, la pesca y la aventura al aire libre se entrelazaba con su lucha interna contra la depresión y el alcoholismo.

Comenzó a escribir en el periódico de su instituto y, al llegar el momento de ir a la universidad, decidió marcharse a la ciudad donde el periódico local le ofreció trabajo. Tenía 18 años y, al no ser aceptado en el ejército para pelear en la incipiente Primera Guerra Mundial, logró convertirse en conductor de ambulancias y, finalmente, fue al frente italiano. Fue herido y lo enviaron de vuelta a Estados Unidos, donde, apenas recuperado, se marchó a París. Europa sería su pista de esquí, su coto de caza y su bar nocturno. Bebió en los Sanfermines y luego de culminado el ataque de Normandía en el Día D. Después, partiría a Cuba, donde decía que el clima caribeño le sentaba bien.

Basta leer El viejo y el mar para entrever estas aficiones en los fabulosos detalles y la precisión de las descripciones provenientes de su pluma. La Odisea homérica se condensa en un puñado de páginas trepidantes, donde las épicas batallas se resumen en un veterano pescador tironeando con un tozudo pez. Los héroes como Aquiles o Ulises son igual de edificantes y arrojados, pero aquí están encarnados por meros pecadores y borrachos. A tal punto logró condensar la experiencia existencial de una forma cruda y viva que no podemos determinar claramente si el viejo pescador es el héroe o si, en cambio, lo es el pez, por quien ansiamos la victoria.

Hemingway y su escopeta


Lo mismo se experimenta al oír las canciones de Layne Staley. Como el alma de Alice in Chains, Staley expresó las luchas internas que él y muchos de sus contemporáneos enfrentaron: la adicción, la alienación social y el sufrimiento emocional. Con una voz que oscilaba entre la desesperación y la furia, se convirtió en un ícono para aquellos que se sentían atrapados en la oscuridad de sus habitaciones en los 90. Canciones como "Rooster" expresaban el descontento de una juventud que se distanciaba radicalmente de las ilusiones que sus padres proyectaban en ellos para un mundo que había cambiado, encarnado en la historia de un excombatiente de guerra que regresa al hogar solo para sentir el desprecio de una sociedad que le debe su juventud.

La sociedad de los 90 se dedicaba a criticar a estos adolescentes que no tenían mucho que hacer más que consumir lo que les presentaban los crecientes canales de cable y los centros comerciales, que representaban el espacio donde debían desarrollar su sano divertimento, gastando, si podían, el dinero que les proporcionaban sus padres para pasar el día.

"Recuerdo las palabras de mi madre: 'Puedes ser una inspiración o un ejemplo de lo que no se debe hacer'. Y elegí lo que no se debe hacer", dijo alguna vez Layne respecto a las expectativas familiares.

Layne


Por otro lado, Hemingway puntualizó acerca de estas expectativas lo siguiente: "El mundo rompe a todos, y después, algunos son fuertes en los lugares rotos".

En los últimos años de su vida, Hemingway sufría de múltiples problemas de salud, tanto físicos como mentales. Además de las secuelas de varias lesiones graves a lo largo de sus aventuras, como un accidente aéreo en África que le dejó con heridas permanentes, también padecía depresión severa y paranoia. A medida que su salud empeoraba, se volvió más retraído y luchaba con su capacidad para escribir, lo que lo sumió en una profunda desesperación. El 2 de julio de 1961, Hemingway se suicidó con un disparo en la cabeza en su casa en Idaho.

El declive de Layne Staley fue igualmente devastador. Tras años de batallar con la adicción a las drogas, especialmente la heroína, Staley se aisló casi por completo del mundo.

El mítico MTV Unplugged fue el penúltimo concierto de la banda con Layne. Poco después de aquel evento, su ex pareja, Demri Lara Parrot, amante del teatro y la poesía, había muerto. Juntos habían intentado dejar las drogas. Layne lo logró, pero ella no. Se separaron, aunque siguieron frecuentándose. Ella estaba con una nueva pareja, un traficante que la dejó durante horas inconsciente antes de llevarla al hospital, donde certificaron su muerte.



Los últimos cuatro años de su vida, casi no salía de su casa. Las radios, MTV y los fans de la banda seguían ahí. Los que lo veían seguido eran los dealers que le llevaban sus dosis a domicilio. Durante dos semanas no se supo ni de esos encuentros, por lo cual saltaron las alarmas. Fue encontrado muerto, delante de un televisor encendido y rodeado de botellas vacías, jeringas y más. Tenía 34 años.

La noche anterior, y luego de meses de intentar contactarlo, Layne recibió a Mike Starr, baterista de Alice in Chains. Lo vio tan mal que intentó llevarlo a un hospital, pero terminaron discutiendo y Starr se fue del apartamento. Luego, Layne lo llamó por teléfono para tratar de aplacar el asunto y este fue el último contacto con alguien cercano antes de morir: un pedido de disculpas. 

Starr moriría de sobredosis en 2011.

En esto de salir del pozo depresivo, quienes lo intentan día a día habrán escuchado la fórmula de “lo primero que has de hacer al levantarte es tu cama”, ya que ello desencadena una serie de mejoras que nos movilizan. Por mi parte, voy a ponerme mis pantalones y, lamentablemente, salir a la calle.


Comentarios

  1. ¡Qué golpe al mentón, Señor!
    Brillante publicación.
    Comparto mi estrategia contra la serotonina en declive... Canto muy, muy fuerte, la canción "Until it sleeps" de MetallicA o la propia "The Unforgiven". Si acaso estoy místico, "La Marcha de San Ignacio de Loyola", por mi pasado en institución jesuita. El Mundo nos necesita fuertes; tal vez idiotas, también, pero hay que mantenerse fuertes. La música es una herramienta importante para ello.
    Posdata: "Hacha" de Reytoro, últimamente se suma a mi lista de mantras revulsivos... "Cargo el hacha y corto de raíz, lo que me venden ya no lo compro".
    Sigamos poniéndonos los pantalones, porque es la mejor señal de que volvimos a amanecer en este Mundo, con la posibilidad de hacer algo por el Otro... Y por nosotros mismos.

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  2. Gracias como siempre por agregar algo más a la columna!!! y por hacerme acordar que cuando iba de camino al liceo en el bachillerato no podia parar e escuchar "Until it sleeps" y "Hero of the day"....y jamás en aquelos tiempos precisé mayor muletilla para encarar el dia.

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