Frío oscuro


"Con tu sombra que me acosa
Mi sombra busca la claridad
Esperar es fuerte
Pero el daño ya está hecho
Y ahora, y ahora
¿Y ahora qué?
Ya nada más
¡Ya nada más, más!"

Nuestra historia es un tapiz tejido con hilos de sangre y tinta (s,í sí, se lo copié a la intro de House of the Dragon, que la patria y deus me lo demanden). El 8 de octubre de 1851, esos hilos se entrelazan de manera decisiva cuando los tratados se firmaron, marcando el fin de la Guerra Grande. Pero no fue solo el fin de una guerra: fue el principio de muchas otras cuestiones que dejaron huellas duraderas en el tiempo.

Con las plumas afiladas de aquellos acuerdos, las fronteras de Uruguay quedaron selladas en el mapa, pero las heridas abiertas en el cuerpo del país comenzaron a supurar. Los tratados no fueron meros documentos; eran dagas que penetraron la política, la economía y el alma de la nación. Los partidos, antes rivales en el campo de batalla, se fusionaron en un abrazo de conveniencia, mientras que las divisas fueron prohibidas, desterradas como fantasmas indeseables.

Pero la paz nunca es pacífica. Las transformaciones internas que esos tratados trajeron consigo fueron como un río subterráneo que carcome la tierra, como una fuerza erosiva, invisible pero fatal… implacable. Las consecuencias se sintieron en cada rincón del país, en cada mirada, en cada susurro. La violencia que ya había conocido Uruguay en carne propia, encontró nuevas formas de expresarse, como una bestia malherida que no sabe morir.

Esta entrega de hoy se mete por la banderola a chusmear sobre aquellos días, sobre la multitud de sombras, infinidad de penumbras y algún que otro  haz de luz que se proyectaron sobre el siglo XIX uruguayo, un siglo que aprendió a temer la paz tanto como la guerra.

Aquel 8 de octubre de 1851, Uruguay firmó una serie de tratados que marcaron un punto de inflexión en su historia. Estos acuerdos no solo pusieron fin a la devastadora Guerra Grande, sino que también reconfiguraron el panorama político y social del país. Aunque se pretendía construir una paz duradera y una mayor cohesión nacional, las medidas adoptadas, como los intentos de fusión de los partidos políticos y la prohibición de divisas, tuvieron consecuencias violentas y agravaron las tensiones en la sociedad uruguaya del siglo XIX.

Estos tratados de 1851 fueron acuerdos multilaterales firmados entre Uruguay, Brasil y las provincias argentinas rebeldes a Juan Manuel de Rosas, lideradas por Justo José de Urquiza. Entre los más destacados se encuentran:

  • Tratado de Alianza Defensiva y Ofensiva, que consolidó una coalición militar contra Rosas.
  • Tratado de Límites y Navegación, que definió las fronteras entre Uruguay y Brasil.
  • Tratado de Paz y Amistad, que promovió el comercio y la cooperación entre las partes firmantes.
El tema es que con todo esto que se estampó (y con lo carísimo que salió), se creía que se pacificaba la región y se estabilizaba el paisito de una vez y para siempre… Spoiler alert: NO SUCEDIÓ. Las divisiones internas persistieron y se manifestaron de manera más violenta (¿cuándo no?) en los años posteriores a los acuerdos.

La mente de los doctores imaginaron que las rúbricas funcionarían como si fueran un hechizo de Harry Potter y que, por arte de magia, las frases rimbombantes harían olvidar agravios, pasaría por alto ofensas, ataques de uno y otro bando… en definitiva desterraría la violencia. Con esa misma mágica fórmula, aquellos demasiado optimistas doctores, intentarían que el joven de veintidós años llamado Uruguay, al fin conociera la paz.

¿Qué otro artilugio se usó aparte de la fuerza inspiradora de frases hechas? La fusión, un esfuerzo abortivo antes de nacer: fusionar los partidos blancos y colorados culpables de ser la matriz de todos los males acaecidos en la república.
La idea promovida por el efímero presidente Juan Francisco Giró en 1852 buscaba crear un gobierno de unidad nacional, integrando a miembros de ambos partidos en una administración compartida. Otro presidente, ciento treinta y ocho años después, pronunció como un rezo en el acto de su asunción de la primer magistratura, palabras que sin dudas representaban el sentir de Giró: “Encontrar la concordia del partido nacional con el partido colorado, ese partido que con generosidad y grandeza nos ha tendido su mano, (…) “Señor haz de mí, un instrumento de tu paz”. 

En palabras de Benjamín Nahum, la fusión fue percibida como un “arreglo pragmático entre caudillos”, más que como una verdadera integración ideológica o social. La desconfianza mutua, las ambiciones personales y las diferencias irreconciliables entre las bases partidarias sabotearon cualquier posibilidad de éxito. Además, la fusión fue vista por muchos como un ataque a la identidad y autonomía de los partidos, lo que provocó un rechazo generalizado.

A toda esa tensión se le sumó la “prohibición de divisas” partidarias, implementada como una medida para suprimir las manifestaciones visibles de lealtad política y promover una identidad nacional común. Según Carlos Real de Azúa, esta prohibición fue interpretada como una negación de la cultura política de la época, donde las divisas representaban no solo afiliaciones políticas, sino que eran  símbolo de identidad personal y colectiva.

En definitiva, la prometida unión que aspiraba a ser el bálsamo de las cicatrices, no fue más que un catalizador de conflictos renovados. En lugar de amalgamar, encendió la chispa de la resistencia. Levantamientos armados y conspiraciones brotaron como flores envenenadas. Las calles se llenaron de enfrentamientos y  los gritos de resistencia se mezclaron con las balas de la represión.

La historia, con su irónica gravedad, mostró que la imposición de una identidad nacional uniforme en un país de caudillismo y lealtades fervorosas era un sueño inalcanzable. Las medidas adoptadas, lejos de curar, revelaron las profundas fracturas sociales y políticas que seguían latentes, una laceración indisimulable y aún sangrante que se resistía a sanar y menos aún cuando existían entusiastas nostálgicos de otros tiempos donde todo aquel que perteneciera al bando contrario, se transformaba en un enemigo mortal. 

“Los intentos de fusión, las facciones, los caudillos y su dimes y diretes; los doctores, sus ideas y su falta de apoyo popular; y la lucha del poder por el poder mismo, envuelven y oscurecen aquellos años color púrpura. (…) Pero sin vacilaciones, más allá de las revoluciones, levantamientos, atentados a balazos, trifulcas tremendas… la más recordada y simbólica matanza, es la denominada “Hecatombe de Quinteros de 1858” Prof. Leonardo Borges, “Sangre y Barro” pág. 132.

En quince días, ni uno más ni uno menos, venga vecino y vecina por esta cuadra que hablaremos precisamente de La Hecatombe de Quinteros, esa a la que hace referencia el historiador citado, y veremos cómo este es uno de los episodios de los tantos que hay, que amputaron y cercenaron (demasiado literalmente) cualquier chance de paz entre orientales. 

Comentarios

  1. Siempre me llamó la atención lo de la Hecatombe de Quinteros así que ya tenés una lectora para la próxima.

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  2. Gracias Jimessss. Me enteré de grande y medio pedo de ese hecho, ojalá esté a la altura para chusmear del asunto.

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