Rituales

El primer rayo de luz que se abre paso entre la sinuosa silueta de la isla de Japón, en cualquier mañana de este o de hace veinte siglos, ilumina las cimas de cristal y los valles verdes. Ha acompañado la meditación de los monjes y las arengas de guerra. También el concepto del Kannon, una forma de mirada serena proveniente de la práctica budista con ojos entreabiertos, que implica el hecho de estar contemplando al mundo y, al mismo tiempo, nuestro interior, se forjó en ese trayecto de la luz que baña esas lejanas tierras en medio de la inmensidad del mar.

Allí, a la vista del Monte Fuji, nació en 1925 el escritor Kimitake Hiraoka, conocido luego en el mundo entero como Yukio Mishima. Proveniente de una familia de linaje samurái y funcionarios, el primogénito fue criado por su abuela, sobreprotegido y aislado por su propio bien. Una vez adiestrado en las artes de existir, leyendo mucho y enfermizo por la falta de exposición al mundo real, sus padres se lo llevaron.

Debía ser abogado y casarse. A Yukio no le interesaban ninguna de las dos cosas, ya que le gustaba escribir y era homosexual. Se graduó con honores y el mismísimo Emperador le obsequió un reloj de plata por su destacado desempeño. Engendró tres hijos gracias a evadir la leva obligatoria que imponía el gobierno ante la inminente derrota frente a las potencias Aliadas, lo que significaba una muerte segura. Exagerando una dolencia y mediante influencias políticas, logró escapar del alistamiento, algo de lo que se arrepentiría y le generaría una enorme culpa por no haber cumplido con su deber.

Mishima posando, como siempre posaba


Por esos años, la poderosa flota japonesa había retirado del Pacífico los barcos británicos apostados desde tiempos coloniales. En esa otra isla bordeada de acantilados y a la cual el brillo diurno suele esquivar, en la ciudad de Manchester, estaba por nacer otro joven apasionado por la lectura y la poesía. Su nombre era Ian Curtis. De familia trabajadora de clase media, era tan pálido y delgado como Mishima. Compartían la enorme sensibilidad por el arte, los separaba el carácter que en Curtis era terriblemente rebelde, constante a lo largo de sus años formativos. Detestaba las instituciones y lo arbitrario, cuestión que afirmaban le llevó a dejar los prometedores estudios de Historia en el aparentemente refutado St. John's College. Trabajó desde muy joven como funcionario estatal en diversos servicios de la administración pública, alternándolo con sus pasiones por la música de Bowie y la literatura moderna.

Curtis en el escenario


Ambos hombres buscaron compensar lo que sentían eran sus debilidades ante el mundo. Mishima se dio cuenta viajando por Grecia que las estatuas de la Acrópolis representaban gestas imposibles realizadas por cuerpos perfectos, exuberantes. Se dedicó a la práctica de las artes marciales y al fisicoculturismo. Curtis comenzó a cantar en una banda de estilo indefinible y a abusar de las drogas para superar su agorafobia, acentuando los ataques epilépticos que le aquejaron siempre, por lo que desarrolló una forma de moverse sobre el escenario visceral, arrítmica y estridente que simulaba un ataque de la enfermedad.

 Mishima se dedicaba a mostrar su cuerpo semidesnudo, posando siempre que podía junto a su katana en posición de ataque, creando una mística romántica a su alrededor. Creó y dirigió un grupo paramilitar de corte fascista, más bien chauvinista en mi opinión. Clamaban por el auténtico espíritu de su país y la recuperación de sus tradiciones mientras vestía jeans y zapatillas en su hogar. En 1968, fue candidato al premio Nobel de Literatura, que finalmente ganó su mentor Kawabata. En el discurso de aceptación, y habiendo dejado claro que el honor debería haber recaído en su discípulo, dijo: “Por más alejado que uno pueda estar del mundo, el suicidio no es una forma de iluminación espiritual. El suicida está lejos de ser un santo”.



Curtis se volvía famoso y continuaba yendo cada día a su trabajo administrativo. Se casó en el 75 y tuvo una hija en medio de un caos emocional. El dinero no llegaba, pasaba mucho tiempo fuera de casa y su mujer quería dejarlo. No soportaba la atención creciente sobre su persona y la ansiedad comenzaba a jugarle malas pasadas. Llega el gran momento: la gira por Estados Unidos, que les daría a conocer por todo el mundo, se empieza a programar en las postrimerías del 79. No quiere ir, no quiere abandonar a su pequeña ni su barrio, quiere escuchar música, leer y escribir mientras Natalie duerme. Se acerca la fecha y él intenta cortarse las venas y toma pastillas, pero se salva. La gira se pospone.

El año 1970 para el escritor japonés, su cumpleaños número 45, el límite fijado. Lleva un año entrenando junto a un creciente grupo de seguidores, un pequeño ejército denominado La Hermandad del Escudo. Ataviados con uniformes diseñados por el propio Mishima, toman el cuartel general de Tokio lanzando panfletos y arengando a retomar el control de la grandeza nipona. Nadie entiende mucho qué está pasando, los soldados regulares lo increpan.

Ultima aparición de Mishima 


“La vía del samurái es la muerte y un samurái entre dos caminos debe elegir en el que se muere más rápidamente”, postula un tratado llamado Hagakure, un “manual del guerrero” por definirlo de alguna forma. En el rock se puede hallar un paralelismo en la frase «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver».


Llegó el momento. Mishima se encierra en el cuartel y emprende el camino del seppuku, suicidio ritual que consiste en utilizar el wakizashi o arma complementaria para rajar el hara, punto del vientre donde se cree reside la energía vital. El corte sale mal y el asistente encargado de terminar el trabajo decapitándolo, que era su amante, también falla volviendo el rito solemne en una escena patética.

Diez años después, y días antes de dar comienzo la esperada gira de Joy Division por Norteamérica, Ian estaba solo en casa. Bebió café y luego whisky mientras escuchaba el disco The Idiot de Iggy Pop, quitó las fotos de la familia de la cocina, tomó la cuerda de colgar la ropa y se suicidó. Tenía 23 años.

En su lápida simplemente se grabó su nombre y el título de la canción más famosa de la banda que tras su muerte se reinventaría en los New Order, Love Will Tear Us Apart.



Dos meses después se editaría un single que incluía la canción Atmosphere, réquiem hipnótico y herencia descarnada que en su clímax reza:

Gente como tú lo encuentra fácil

Desnuda para ver

Caminando en el aire

Cazando por los ríos, a través de las calles, en cada esquina

Abandonado demasiado pronto

Dejado con el debido cuidado

No te alejes en silencio

No te alejes

El réquiem del escritor podría ser este:

“¿Por qué el crecimiento y su recuerdo tienen que ser algo trágico? Todavía ahora sigo sin entenderlo. Ni hay nadie que lo entienda. Quizás algún día, cuando uno se reviste de esa sabiduría apacible que trae la edad avanzada y que se asemeja a la claridad seca que se presenta a finales de otoño, pueda llegar a entenderlo. Pero entonces será una comprensión sin sentido. En la adolescencia cualquier cosa, incluido el paso de los días, discurre sin hallar solución; y todo, por insignificante que sea, se convierte en insoportable.”

Qué adolescente se ha vuelto el mundo, señor Mishima.


Comentarios

  1. Me has dejado muda, con cierto desasosiego. Hermosa columna.

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    1. Gracias por estar siempre Jimes, me alegro que te haya gustado. Debo confesar que ese desasosiego es compartido, pero a veces necesario. Ahora queda esperar que se abra tu bar, y celebraar por la vida!

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  2. Hubo una biopic en los 90 sobre Mishima, que no se estrenó en cines, pero estaba en VHS. Rara, como el propio personaje.

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    1. Si señor, "Mishima: una vida en 4 actos", de Schrader con produccionde Spilberg y Lucas...llama la atenciòn que no se suicidara con un sable làser! gracias por leer siempre!!!!

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  3. Coincido con lo que dice Jimes.
    Gracias Juan Pablo.

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