Guerra a la Guerra

 

“Esta noche habrá que ir a luchar
En esta pelea de las cosas feas que nos quieren gobernar
Nuestra guerra es un acto de paz
Para cambiar la guerra por otra más”


¡Holoz! Desde acá su amigo con una entrega más sobre el Sitio Grande dado en el marco de la más grande de las guerras que padeció nuestro país.
Repasemos:  la capital del bisoño país nombrado de acuerdo a su ubicación geográfica, estaba otra vez bajo asedio.
¿Por qué digo otra vez? Es que Montevideo no desconocía esta forma de conflicto. Primero con los enviados por la corona británica allá por 1807. Después Artigas que no una, sino dos veces asedió la capital. Luego los porteños, después los ancestros de CR7 (los portugueses chiques), don Frutos y, finalmente, Oribe.

Como describía la semana pasada el Profesor de Historia Nicolás Yeghyaian: la Guerra Grande fue “una guerra de desgaste del enemigo hasta que se rinda”. Y vaya que para lograrlo se tomó su tiempo. Así lo relata en el libro Sangre y Barro el historiador Leonardo Borges:

“Los bloqueos a lo largo de la historia, han sido estáticos, casi aburridos,… con poca o nula acción, podríamos decir. (…) “Hace 384 días que no se escucha un tiro” escribía Manuel Herrera y Obes a Andrés Lamas, el 27 de marzo de 1848. Y el propio presidente Joaquín Suárez en 1851, reanudó las hostilidades, que habían estado suspendidas… durante más de dos años.”

Ocho años llevó el asedio en nuestro caso y el arribo a la solución no fue según lo planeado por el bando que llevaba adelante el sitio. Si bien las condiciones de La Defensa cada vez fueron de mayor precariedad arrojando a la población a una situación de extrema vulnerabilidad, lo cierto es que no hubo rendición del bando que inicialmente comandaba Rivera. Toda la inmensa telaraña que se tejió en medio de este conflicto -que se inició por la lucha casi a nivel personal entre dos caudillos locales y que luego se desbocó de tal manera que terminaron metiendo sus narices los vecinos regionales y también grandes potencias extranjeras- finalizó cuando el apoyo de unos prevaleció sobre el apoyo de otros.
Pues es aquí, mis queridos lectores, que radica la ironía: dos bandos tan uruguayos como el mate y el dulce de leche eran los que se enfrentaban golpeándose el pecho, reclamándose cada uno como dueños y representantes de la orientalidad… Pero lo hacían con una gran influencia y participación mayoritaria DE EXTRANJEROS.
Entrerrianos, porteños, franceses, ingleses, vascos, brasileros, españoles, holandeses y hasta algunos suecos e incluso rusos estaban en medio (y dentro) de dos bandos uruguayos que llevaban lenta pero indefectiblemente a su novato país casi al borde mismo de la destrucción.
Si bien el tema es amplísimo, intentaré ser breve para ir redondeando. La cosa es así: ya sabemos que se establecieron dos gobiernos paralelos y estos convivieron enfrentados entre sí. Sabemos que en el conflicto lento se registraron pocos o nulos incidentes, pero existieron y eso trajo sus consecuencias demográficas. Nos cuenta Nicolás:

“Si pensamos en las bajas capaz que nos pueden ayudar las cifras demográficas. Se calcula que hacia 1840 en Uruguay habían 140.000 habitantes, 40.000 en Montevideo. Al finalizar la guerra hay 132.000 habitantes en el país y 34.000 en la capital, lo que significa un descenso importante de la población, no solamente porque la gente muere sino también porque, obviamente, desciende la natalidad en ese período y además, mucha gente se va del país hacia zonas fronterizas. Lo que es innegable es el volumen importante de fallecidos sobre todo en relación a las personas que entraron en combate. Sin números exactos se calcula que unas 10.000 personas cayeron víctimas del enfrentamiento de las 30.000 que entraron en combate, es decir un tercio, lo cual es un número un número alto de bajas.”

Los altos costos de una Guerra tan extendida en el tiempo se empezaban a hacer notar y aquella profunda división e inestabilidad interna exacerbada por la intervención de potencias extranjeras no hizo más que dejar huellas y traumas imborrables que debió cargar sobre sus espaldas la población de un país que apenas cumplía la mayoría de edad. Señala Nicolás:

“Este sitio y la guerra en sí genera un gran trauma.  No solamente esta guerra, sino todas las guerras que se dan hasta fines del siglo XIX, porque son guerras de un país que está naciendo, dada en el medio del proceso de parto del Uruguay. (…) A partir de un análisis de esas situaciones, nosotros podemos desmentir todos los mitos del origen que han consolidado nuestra identidad nacional. (…) Porque hoy se puede leer la crónica que hacen las Fuerzas Armadas sobre la Guerra Grande y llaman al ejército de Oribe el ejército invasor. O sea, como que había un ejército uruguayo que era el de Rivera y un ejército invasor que era el de Oribe. Porque claro, hemos consolidado nuestra identidad nacional en contraposición a Argentina (quien en inicio apoyaba a Oribe). Ahora, mirás el ejército de Rivera y te das cuenta que están los ingleses, los franceses, los italianos de Garibaldi, después aparecen los brasileros y después los entrerrianos, etc. Es decir poquito tenían de orientales los ejércitos enfrentados.”

Crisis, caos y violencia. Un país llevado al colapso de sus escasas estructuras, de sus finanzas, comercio y de su sociedad. La muerte rondando como siempre y quizás más que nunca, provocando secuelas difíciles de disimular.

Una guerra inmensamente grande, inmensamente cara a los intereses de la nación y como concluye Nicolás Yeghyaian, inmensa y continuamente ignorada como tratando de fingir demencia y seguir como si nada:

“Esta guerra interpela la propia identidad nacional, por lo tanto es entendible que sea muy poco estudiada en los programas del liceo, de las escuelas en donde en general, vemos mucho de artiguismo, mucho de la revolución artiguista y sin embargo de ese periodo de fines del siglo XIX no lo vemos tanto, ni Guerra Grande ni la Guerra de la Triple Alianza ¿no? Entonces es como un trauma, que dejamos ahí, escondido en un rincón.”

Acompáñenme en quince días para terminar la crónica de este período atroz y, lamentablemente, iniciar otro relato con igual o peores niveles de violencia.
 

Viejos odios y recelos cobijados en el seno mismo de lo que pretendió ser la solución definitiva a tanta ferocidad, pronto se desarrollarán y, como una bomba, estallará en la cara misma de quienes pensaron que mágicamente la violencia sería apaciguada.

Por último permítanme agradecer a NICOLÁS YEGHYAIAN por su invaluable aporte y no solo ser generoso en compartir su conocimiento sino también en mostrar paciencia con este rostrudo que escribe.

Y gracias como siempre a ustedes amiguitos por no dejarme solo y seguir apoyando... y a la columna también.

Comentarios

  1. Impresiona todo lo que aún no sabemos de nuestra historia. Gracias por recurrir a tan diversas fuentes y por buscarle la vuelta narrativa para contarnos nuestro pasado.

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    1. Una construcción de memorias y olvidos finamente seleccionadas para que los olvidos sean acordes a la imagen y el relato que se quieren contar. Uno es un pancho que medio de casualidad se encontró con el laburo de un montón de gente que si sabe y permite que se accedan a algunos rincones para tratar de entender más cosas de nosotros mismos. Jimes, muchas gracias por estar desde el primer día ayudando a dar sentido a tanta palabrería. Abrazo.

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  2. Excelente!!!! ¡Esperando que la próxima entrega llegue antes que el tiro aquel que esperaron mas de un año!

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